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  • Foto del escritorsokai dojo zen

La buena vida

La cuestión fundamental de toda vía espiritual es “cómo vivir una buena vida”, “cómo ser feliz”, “qué hacer con el sufrimiento que implica la vida”. Algunas religiones responden a esto diciendo; “después de la muerte”, tratando así de dar un sentido “trascendental” a esta vida, a su sufrimiento o a su impermanencia. Pero al Buda le interesaba esta existencia, esta vida, la que vivimos hoy, ahora. Aunque por motivos didácticos adoptó la idea hinduista de la reencarnación, su interés estaba en cómo vivir esta vida, no en lo que pasase después de la muerte. Y para responder a esto, que fue el motivo de su propia búsqueda, desarrolló un método; el Octuple Sendero.


La propuesta que se esconde detrás de este método me parece muy radical; hace a cada uno responsable de su vida. Si le echas la culpa a los demás de tu sufrimiento, te vuelves un quejica, estás siempre quejándote y enfadado. Si esperas que los demás te den la felicidad, te vuelves dependiente, infantil, nunca maduras.


Entonces, nos encontramos ante la cuestión del karma, la ley cósmica de causa y efecto que conecta todas las existencias. Los días se alargan, sube la temperatura, los árboles echan hojas, y los pájaros hacen sus nidos. En este sentido “karma” es semejante a orden universal, ley cósmica, Dharma (así lo explica Deshimaru Zenji en textos como La Voz del Valle o El Anillo de la Vía).


En la colección de koans de la Puerta sin Puerta, del Maestro del siglo XIII Mumon Ekai, aparece la historia del zorro de Hyakujo. Un viejo se presenta en la sangha de Hyakujo buscando ser liberado. En su entrevista con Hyakujo, el viejo le explica que en realidad no es un ser humano, si no un zorro, y que ya lleva así 500 existencias. El motivo de su “caída” a la existencia animal fue una respuesta que dio a un monje cuando él era maestro Zen, cinco kalpas atrás. El monje le preguntó si una persona despierta estaba liberada de la ley del karma, y el viejo respondió que sí, que una persona despierta se liberaba del karma, lo que le valió su mala fortuna. El viejo preguntó a Hyakujo cuál era su enseñanza al respecto, y Hyakujo le respondió; “Nadie está libre de la ley de la causalidad”. El viejo despertó, y pidió ser enterrado como un monje, al día siguiente, en una montaña. Cuando Hyakujo y sus monjes llegaron al lugar acordado, se encontraron con un zorro muerto. Finalmente el misterioso viejo tuvo que asumir su karma de zorro, aunque su rito funerario fuera el de un monje. Ese es el “koan”; asumir el karma, ir más allá del karma.


En un texto del Maestro Meizan que se titula Jijuyu Zanmai, explica qué es “mumyo”, traducido como “ilusión fundamental”. Mumyo es una palabra compuesta: Mu es la negación, la ausencia de. Myo es el brillo, como el de la perla brillante de Shibi. Mumyo es la ausencia de brillo, la falta de claridad, de lucidez, es decir, la opacidad de la ignorancia. En palabras de Meizan, mumyo es nuestro obstinado apego a nuestros puntos de vista parciales. Y para ilustrar mumyo nos cuenta la historia que un monje de la India contó a un rey para explicarle esto mismo. Se trata de la historia de los ciegos que palpan el elefante. Preguntado a los ciegos que forma tenía un elefante, el que había palpado la cola decía que era semejante a una escoba, el que había palpado una pata decía que un elefante era como un barril lacado, el que había palpado la trompa respondió que un elefante era como una cuerda… eso es mumyo; confundir nuestra perspectiva parcial con la verdad absoluta (como hacen los políticos públicamente).

Meizan explica que es posible liberarse de la ignorancia, que a través de zazen, practicando la mente clara, despejada, libre de prejuicios, hishiryo, nuestra mente ilusoria se derrite como un trozo de hielo se funde al dejarlo expuesto a la luz del sol.

Entonces, el karma es una ley universal, estamos sujetos a ella. Pero se puede extinguir la ignorancia, podemos volvernos sabios. Podemos reconocer nuestro karma llamémoslo “personal”, reconocernos en nuestro karma, a través de una observación desapasionada.


Las ocho prácticas del Octuple Sendero se agrupan en tres ramilletes; samadhi, que es la concentración justa, zazen. Prajna, la sabiduría, el ojo del Dharma que ve las existencia como vacías de noúmeno. Y sila, la ética, la conducta justa, cómo comportarnos. Aquí es donde el Zen es muy radical, nos hace radicalmente responsables de nuestras vidas (algo que a algunos les puede echar para atrás, siempre es más cómodo cargarle el muerto a otro… aunque ese método no nos asegura una vida mejor, solo quejas y dependencias…). Aceptar tu propio karma requiere una gran compasión. Aceptar nuestro karma no es emitir un juicio sobre uno mismo. Eso fortalece el superyó freudiano, y no se trata de vivir amargados, se trata de vivir una buena vida, de volverse verdaderos seres humanos libres y responsables (como los ciudadanos de la democracia ideal del filósofo Spinoza, un sabio).


Zazen es como un laboratorio; podemos empezar por aprender a hacernos cargo de nosotros mismos cuando nos sentamos en zazen. Nos hacemos cargo de nuestra serenidad, igual que nos hacemos cargo de nuestro dolor, o de nuestros demonios. Este es el punto crucial de esta escuela; todo empieza y acaba en zazen. Y entre medias tenemos nuestra vida cotidiana. En esa vida cotidiana también practicamos la enseñanza de Buda. Cada acción es un ensayo que tiene por horizonte el vivir una vida mejor aquí y ahora, mientras estamos vivos.


Volverse íntimo con cada acción, estudiar el ego para olvidarse del ego. Esta, creo, es la enseñanza fundamental de Dogen Zenji.



Buena vida, buen zazen.

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